martes, agosto 26, 2025

Lamento boliviano o la crónica de una muerte anunciada.

 



Lamento boliviano o la crónica de una muerte anunciada.

La muestra de otro fracaso en Latinoamérica.

Bolivia, bajo un modelo de nacionalización de recursos, buscó usar la renta del gas y minerales para financiar gasto social. Sin embargo, sin una regla fiscal ni un fondo soberano que ahorre e invierta a largo plazo, los ingresos se gastaron principalmente en el presente. Esto generó mejoras sociales notables, pero también alta dependencia de los precios internacionales y vulnerabilidad cuando los commodities cayeron.

La diferencia no está en “nacionalizar o no nacionalizar”, sino en cómo se diseñan las instituciones que gestionan esa riqueza. Noruega, por poner un ejemplo, asegura transparencia, separación entre política y administración del fondo, y disciplina intergeneracional. Bolivia, en cambio, careció de estos contrapesos, lo que explica por qué su modelo fue sostenible.

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Bolivia y la crisis de la gallina de los huevos de oro.
Durante casi dos décadas, Bolivia vivió una etapa de prosperidad impulsada por su mayor riqueza natural: el gas. Este recurso no solo permitió financiar gasto social, obras públicas y programas redistributivos, sino que también sostuvo un tipo de cambio fijo y un modelo económico que parecía, en su momento, muy sólido. Sin embargo, hoy el país atraviesa una crisis profunda que puede resumirse en una metáfora sencilla: Bolivia mató a la gallina de los huevos de oro.

El declive del gas

El corazón del problema está en la caída estructural de la producción y exportación de gas natural. Los grandes campos que habían sostenido la bonanza (San Alberto, San Antonio, Margarita, entre otros) entraron en declinación natural, y la inversión en exploración fue insuficiente para reemplazar las reservas. Tras la nacionalización de 2006, el Estado tomó el control absoluto del sector, lo que elevó la renta fiscal en tiempos de altos precios, pero también desincentivó la llegada de capitales y tecnología. Así, las reservas certificadas disminuyeron y no hubo nuevos descubrimientos significativos.

A esto se suma que los mercados externos cambiaron. Brasil, con su producción pre-sal, y Argentina, con Vaca Muerta, redujeron drásticamente su dependencia del gas boliviano. Como resultado, Bolivia perdió no solo volúmenes de exportación, sino también poder de negociación.

El peso de los subsidios y el gasto
Con menos ingresos de divisas, el modelo económico quedó expuesto. El gobierno mantuvo subsidios a los combustibles que implican un enorme costo fiscal, además de un gasto social elevado y sostenido. En tiempos de abundancia, esto era financiable. Hoy, con reservas internacionales en mínimos históricos y acceso al crédito externo deteriorado, cada litro de gasolina barata se traduce en un drenaje de dólares que el país ya no tiene.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial han señalado que esta combinación de factores —menores exportaciones de gas, subsidios onerosos y déficit fiscal crónico— es el núcleo de la fragilidad boliviana. Fitch Ratings, por su parte, degradó la calificación soberana a niveles de alto riesgo, advirtiendo sobre la vulnerabilidad de las reservas y las dificultades para financiarse en los mercados internacionales.

Política y confianza
La dimensión política agrava el cuadro. La fragmentación interna en el oficialismo, los episodios de crisis institucional (como el intento de golpe de junio de 2024) y la falta de un horizonte claro en materia de política energética han erosionado la confianza. Sin confianza, la inversión —ya de por sí escasa— se retrae aún más.

La espiral de la impunidad económica
El resultado es un círculo vicioso: menos gas significa menos divisas; menos divisas presionan el tipo de cambio fijo y reducen las reservas; los subsidios aumentan el déficit y agravan la escasez de dólares; y la incertidumbre política limita cualquier posibilidad de atraer capital fresco.

Una lección de largo plazo
Lo que vive Bolivia es la confirmación de que depender de un solo recurso puede ser fatal si no se lo administra con visión de largo plazo. Países como Noruega usaron sus rentas petroleras para crear fondos soberanos y diversificar su economía. Bolivia, en cambio, apostó por expandir gasto y subsidios sin garantizar la sostenibilidad futura.

Hoy la gallina de los huevos de oro ya no existe, pero las obligaciones siguen allí. El desafío será reconstruir la confianza, diversificar la economía y repensar un modelo que no puede sostenerse solo con los fantasmas de una bonanza que ya quedó atrás.

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