domingo, enero 23, 2005

Patriotas de Alquiler.

Luis Zevallos Astengo

Se acabaron las especulaciones y los peruanos ya conocemos la verdadera historia del video Kouri-Montesinos. Finalmente, y gracias a que uno de los protagonistas pretendía volver a cobrar por su acto “heroico”, nos hemos enterado de que no fue una gloriosa gesta patriótica por la democracia, sino más bien una trama tragicómica que involucró a una mujer despechada y corroída por los celos –tremenda hoguera alimentada por la envidia y el odio- y un sujeto cuyo único interés para terciar en el asunto fue el de la codicia monda y lironda. De pasadita también hemos descubierto que el silencio protector que envolvió todo ese tejemaneje, antes de ser una comprensible estrategia para proteger, cuando no cambiar de identidad y sacar del país a los involucrados, fue una astuta estratagema para no ventilar los vergonzosos entretelones.

Aunque duele saber que la defensa de la democracia tuvo su precio, en realidad ya nada puede sorprendernos en un país donde al parecer todo se compra y todo se vende. Y es que aquí – parafraseando al revés una memorable frase de John F. Kennedy- nadie se pregunta qué cosa puede hacer por su país sino qué puede hacer, si es al contado y en dólares tanto mejor, el país por uno y toda la familia si lo dejan.

Recordemos que quien se fajó por la democracia y obtuvo la presidencia gracias a que se lo reconocieron, lo primero que hizo –en verdad lo segundo pues lo primero fue remodelar Palacio a su gusto con dinero de Petroperú- fue fijarse un sueldito de dieciocho mil dólares mensuales, además, claro está, de nombrar a sus sobrinos en varios puestos del aparato estatal, de permitir que diversos familiares hicieran de la suyas, de llevar a todos sus patas de viaje en el avión presidencial, de irse a parrandear a Punta Sal y en fin proveerse de todos los lujos de sultán de Emirato Árabe, incluido el whisky etiqueta azul, olvidándose de que había sido elegido para gobernar un país muy pobre, conmocionado para remate por la corrupción que acababa de ver en vivo y directo por TV. Sin alcanzar a comprender nunca el papel que debió desempeñar en los dramáticos momentos que vivía el país, se preocupó sí en dejar meridianamente claro que sus esfuerzos anteriores y futuros, por más patrióticos, democráticos y bien intencionados que pudieran ser, merecían además de un jugoso estipendio, licencias para hacer lo que le viniera en gana.

El mal ejemplo cundió como reguero de pólvora y así ahora tenemos a más de mil funcionarios en el aparato estatal que ganan más de siete mil dólares mensuales, a miles de peruposibilistas que, con carné en mano, ya tienen su puesto de trabajo, a otros tantos menos afortunados que claman por los suyos y a ciento veinte congresistas que a la hora de pasar por caja comparten la misma ideología. En tanto unos se olvidan que sus genialidades pueden valer mucho más de lo que se les paga pero no en un país pobre como el nuestro y a otros les interesa sólo cobrarnos mensualmente por ejercer su derecho a gobernar, los que deberían fiscalizar y poner coto a tanta desvergüenza no dicen esta boca es mía para seguir gozando de sus fastuosos sueldos y prebendas.

Y luego se preguntan por qué nadie cree en ellos y por qué las encuestas nos los favorecen. Nada extraño si por un lado un país empobrecido escucha a diario peroratas acerca de la democracia, del estado de derecho, de la solidaridad, de la gobernabilidad o de la lucha contra la pobreza y por el otro los oradores se dan la gran vida meciéndonos con la promesa absurda del chorreo. Así cualquiera. Acaso no sería más justo que fuera al revés y que el poco dinero que hay se invirtiera entre los que menos tienen para darles salud, educación y posibilidades de un trabajo decente, mientras ellos, los defensores de la democracia y toda su parafernalia, esperan a que llegue el chorreo el día de San Blando, ese que no tiene día ni cuando.

Dejando en claro que ni el patriota aquel ni los que nos gobiernan han cometido o cometen delito alguno, al menos en lo referente a cobrar por los trabajos o servicios que hicieron o hacen, a los peruanos, aparte de parecernos inmoral la repartija que han hecho de nuestro magro presupuesto, nos queda la sensación de que su amor a la patria se mide en dólares y que eso a lo mucho se puede llamar alquiler, cuando no estafa simple y llana.

Alguna vez un congresista juró su cargo “Por Dios y por la plata”. A pesar que el autor siempre se esforzó por achacarle el desliz al nerviosismo del momento, amén de la similitud que parece tener para los políticos plata y patria, no cabe duda que sus palabras resultaron proféticas. Sin embargo, y a la luz de lo visto en los últimos años, podemos afirmar que aún así se quedó corto pues se le escurrió una “y” donde debió ir un “que”. Y es que la gran mayoría de estos señorones y señoronas que hoy fungen de políticos debieron jurar “Por Dios que por la plata”. Al menos ellos hubiesen sido sinceros y nosotros hubiéramos quedado advertidos.
Tomado de www.gatoencerado.net

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