Noruega: un modelo de prosperidad más allá de la falsa dicotomía entre “socialismo” y “capitalismo”.
En el debate político es común escuchar que el desarrollo de países como Noruega se debe al “socialismo” o, en el extremo contrario, que su éxito radica en la pura libertad de mercado. La realidad, sin embargo, es mucho más sofisticada. Noruega se ha convertido en un ejemplo mundial gracias a un modelo mixto, que combina lo mejor de la economía de mercado con un Estado fuerte y regulador, diseñado para pensar en generaciones futuras.
Este contraste resulta especialmente revelador si lo comparamos con modelos como el boliviano —centrado en la nacionalización y el control estatal sin las instituciones de largo plazo que sostienen el equilibrio— o con las versiones más extremas del liberalismo económico, que promueven privatizaciones indiscriminadas, la reducción del papel del Estado y recortes fiscales que benefician principalmente a los más ricos bajo la llamada “teoría del goteo”.
Las claves del modelo noruego:
1. Mercado competitivo, Estado estratégico.
Noruega no es socialista: la mayoría de la actividad económica es privada. Pero el Estado conserva participaciones estratégicas en sectores clave (energía, telecomunicaciones, banca), gestionadas con criterios comerciales y transparencia. No se trata de control político arbitrario, sino de un diseño institucional que asegura que recursos estratégicos beneficien a toda la sociedad.
2. Gestión ejemplar de los recursos naturales.
El hallazgo de petróleo y gas en el Mar del Norte pudo haber convertido a Noruega en otra víctima de la “maldición de los recursos”, como sucedió en muchos países latinoamericanos. En cambio, estableció una regla fiscal clara: todos los ingresos petroleros se depositan en el **Fondo Soberano (GPFG)**, que invierte en el extranjero y solo permite usar un 3% de su rendimiento anual en el presupuesto. Así, la riqueza se preserva para futuras generaciones y no se dilapida en ciclos de gasto cortoplacista.
3. Concertación social: el “modelo noruego”.
El país cuenta con un sistema de negociación colectiva tripartita (gobierno, sindicatos y empresarios) que coordina salarios y mantiene baja la conflictividad laboral. El resultado: salarios altos, productividad y cohesión social. En lugar de la confrontación Estado-mercado, Noruega apuesta por la cooperación institucionalizada.
4. Política macroeconómica prudente.
El Banco Central aplica un objetivo de inflación del 2% y mantiene un marco de estabilidad que combina empleo, inflación baja y crecimiento sostenible. El Estado financia servicios universales gracias a una base impositiva amplia, sin recurrir a déficit estructurales insostenibles.
Comparación con Bolivia
Bolivia, bajo un modelo de nacionalización de recursos, también buscó usar la renta del gas y minerales para financiar gasto social. Sin embargo, sin una regla fiscal ni un fondo soberano que ahorre e invierta a largo plazo, los ingresos se gastaron principalmente en el presente. Esto generó mejoras sociales notables, pero también alta dependencia de los precios internacionales y vulnerabilidad cuando los commodities cayeron.
La diferencia no está en “nacionalizar o no nacionalizar”, sino en cómo se diseñan las instituciones que gestionan esa riqueza. Noruega asegura transparencia, separación entre política y administración del fondo, y disciplina intergeneracional. Bolivia, en cambio, careció de estos contrapesos, lo que explica por qué su modelo fue sostenible.
Comparación con Venezuela
El caso venezolano muestra el extremo opuesto: un país petrolero con una de las reservas más grandes del planeta que se hundió en la “maldición de los recursos”. Allí, los ingresos petroleros fueron usados directamente para financiar gasto público masivo, subsidios generalizados y clientelismo político, sin mecanismos de ahorro ni diversificación productiva.
Además, la politización de la empresa estatal PDVSA, el colapso de la institucionalidad y la corrupción convirtieron la renta petrolera en una herramienta de control político. Cuando los precios del crudo cayeron, el modelo colapsó, generando hiperinflación, pobreza masiva y migración forzada.
Noruega, en cambio, blindó su fondo soberano de la injerencia política y lo administró de forma profesional y transparente. La diferencia no es el petróleo en sí, sino la institucionalidad.
Comparación con Perú
En Perú, tras las reformas de los años noventa, se aplicó un modelo contrario al venezolano: privatización acelerada de empresas públicas, reducción del papel del Estado en la economía y rebajas tributarias —especialmente a sectores de mayor renta y grandes corporaciones—, bajo la idea de que la inversión privada “gotearía” hacia toda la sociedad.
El resultado fue un crecimiento económico notable en términos de PIB, pero acompañado de persistente desigualdad, alta informalidad y debilidad en servicios públicos como salud y educación. La concentración de la riqueza y la limitada capacidad del Estado para redistribuir o planificar de manera estratégica dejaron al país vulnerable a crisis sociales y políticas recurrentes.
Noruega, al mantener impuestos progresivos y un Estado capaz de invertir en bienestar universal, demuestra que el crecimiento económico no se traduce automáticamente en desarrollo humano si se confía ciegamente en el “trickle-down economics”.
Comparación con la derecha radical y la “teoría del goteo”.
En el otro extremo, varios países han aplicado políticas de privatización generalizada, reducción del Estado y rebajas fiscales descontroladas bajo la premisa de que los beneficios “gotearán” hacia toda la sociedad. La experiencia internacional —desde América Latina hasta EE. UU.— muestra que este enfoque aumenta la desigualdad y debilita los servicios públicos sin generar necesariamente más inversión productiva.
Noruega demuestra lo contrario: que un **Estado fuerte, financiado con impuestos progresivos, capaz de invertir en educación, salud y cohesión social, potencia y no limita al mercado**. El resultado es un país competitivo, con altos niveles de innovación, pero también con un Estado de bienestar robusto.
Conclusión
El caso noruego enseña que el desarrollo sostenible no surge de escoger entre “capitalismo” o “socialismo”, sino de instituciones sólidas, reglas fiscales estrictas, cooperación social y visión de largo plazo.
A diferencia de Bolivia, Noruega no dilapidó su renta de recursos en el presente.
A diferencia de Venezuela, blindó su fondo y evitó el populismo rentista.
A diferencia de Perú, no dejó todo al mercado ni debilitó al Estado.
La verdadera lección es que la riqueza natural o financiera solo se convierte en prosperidad si existen instituciones capaces de administrar con responsabilidad, equidad y visión intergeneracional.
Noruega no es una excepción por tener petróleo, sino por haber diseñado un modelo político-económico que evita tanto la tentación populista de gastar todo hoy como el espejismo neoliberal de desmantelar al Estado.