Meses después de la firma del tan cuestionado TLC, la pregunta que salta ahora es:
- ¿Qué política maneja el Estado Peruano para frenar la depredación de nuestra biodiversidad?.
- ¿Qué procedimientos se manejan para frenar el apetito voraz de las transnacionales que no escatiman esfuerzos para apoderarse de los recursos naturales?.
- ¿Obliga la firma del TLC a acoger una nueva legislación que favorece el monopolio corporativo sobre el conocimiento y la vida?.
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Golpe a la 'biopiratería'
Un fallo pionero abre la vía contra el expolio de recursos tradicionales indígenas - EE UU devuelve a agricultores mexicanos la patente de un frijol
La biopiratería, la apropiación de remedios y plantas tradicionales por parte de grandes empresas, comienza a toparse con la ley. En un fallo pionero, EE UU ha anulado la patente de un frijol mexicano que una empresa de semillas de Colorado registró como suya. La patente permitía a la firma cobrar por cada libra que México exportaba a EE UU, pese a que era tradicional al sur del Río Grande desde hace siglos. La FAO y otros organismos internacionales recurrieron la patente y el frijol amarillo vuelve a ser de los agricultores mexicanos.
Larry M. Proctor es un tipo avispado. A través de su empresa de semillas, Pod Ners, halló en México en 1994 un frijol amarillo muy codiciado en Colorado. Lo compró, lo plantó en su pueblo, dijo que era producto de unos cruces únicos y le dio el nombre de su esposa, Enola. El 15 de octubre de 1996, Proctor pidió patentar el Enola bean (el frijol Enola, en inglés queda mejor). Quedó registrado en la oficina de EE UU el 13 de abril de 1999. Nadie alegó en el opaco proceso. El frijol, su material genético, era ya propiedad de Proctor. Su número de patente, el 5.894.079, le daba los derechos durante 20 años.
Años después, las empresas mexicanas comenzaron a exportar a EE UU ese mismo frijol, solo que ellos lo llamaban azufrado o mayocoba. Proctor les exigió 0,6 dólares (0,38 euros) por cada libra importada. Demasiado. Hundió las importaciones y se quedó con el mercado.
Así funciona la biopiratería, término que describe a las empresas que se apropian de los remedios o cultivos que los agricultores llevan siglos utilizando. El problema no es nuevo, pero va en aumento. La mayoría de los fármacos proceden de plantas, así que las farmacéuticas envían a sus investigadores a selvas remotas en busca de remedios que patentar. Uno de los casos más conocidos es el de la Rosa Periwinkle de Madagascar, a partir de la cual la multinacional Eli Lilly obtuvo un fármaco contra la leucemia, la vincristina, que le reporta pingües beneficios.
Los países más afectados quieren poner coto a lo que consideran un expolio. Brasil prepara un proyecto de ley para controlar el acceso de extranjeros a la Amazonia, entre otras cosas, porque intuye que algunas ONG trabajan allí de forma encubierta en busca de derivados vegetales, a veces usados por los indios, para multinacionales farmacéuticas.
El Instituto Edmonds de EE UU ha documentado 36 casos de biopiratería que sufren países africanos y Naciones Unidas calcula que reportan unos 12.000 millones de euros al año a las farmacéuticas. Ni las migajas llegan a sus países de origen.
Pero el fallo del caso Enola, uno de los más conocidos, abre una puerta a la recompensa. Por eso tiene tanta importancia. La FAO (agencia de la ONU para la alimentación) y el Centro Internacional para la Agricultura Tropical (CIAT) comenzaron en 2001 el proceso para recuperar la patente del frijol. Como explica desde Colombia Daniel Debouck, responsable del CIAT, se centraron en demostrar que Enola era en realidad la judía conocida científicamente como Phaseolus vulgaris. El CIAT, con sede en Cali, posee la mayor reserva de frijoles en el mundo, con 35.000 variedades.
Recurrieron al banco de semillas y demostraron que allí albergaban al menos seis variedades indistinguibles de la judía de Proctor. "Ese frijol es, por su color, muy apreciado en el Suroeste de Estados Unidos y en el norte de México y Proctor comenzó a demandar a los agricultores que lo vendían", señala Debouck. Incluso demandó a Tutuli Produce, cuya presidenta ha declarado: "Creí que era una broma. ¿Cómo pedían dinero por algo que los mexicanos llevan años cultivando?".
El caso se convirtió en un emblema y el pasado martes, la oficina de patentes falló que la judía patentada es, en realidad, "una variedad de la judía común de campo Phaseolus vulgaris". En su resolución, de 48 páginas, afirma que Proctor compró en México un paquete de semillas deshidratadas en 1994, las plantó en el Condado de Montrose y dejó que se polinizaran. Consiguió así un color amarillo uniforme y único. La resolución analiza al detalle la genética de la planta, el color, la forma y concluye que si hay diferencias se debe a las variaciones normales de cultivo al cambiar el suelo y el clima, pero que eso no implica que sea una nueva variedad.
Proctor puede recurrir la decisión al Tribunal Supremo de EE UU y comenzar un costoso litigio, pero la biopiratería ya ha perdido una de sus batallas más conocidas. "No tenemos muchas victorias como ésta. Es importante por la patente del frijol pero, sobre todo, por el precedente que sienta", señala Debouck. Que EE UU reconozca que existe la biopiratería y le ponga coto es una victoria por la que numerosas ONG y científicos llevan años peleando.
Un negocio de 12.000 millones- La biopiratería consiste en patentar, desarrollar y comercializar remedios o cultivos tradicionales. Naciones Unidas calcula que las farmacéuticas ganan al año unos 12.000 millones de euros sin que nada llegue a los países de origen.
- En 1954, el laboratorio Ely Lilly obtuvo un principio activo de una rosa usada en Madagascar. Hoy es un fármaco contra la leucemia que le reporta millones al año.
- Una empresa británica, Phytopharm, patentó un extracto de Artemisa judaica que ya se usaba en Libia y Egipto para tratar la diabetes.
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