jueves, junio 23, 2005

Arkham

El Congreso es como Arkham, aquel lugar en el que están recluidos los peores enemigos de la sociedad. Y de Batman, esa criatura oscura y atormentada, de capa y antifaz. Un recinto inimaginable. Un asilo cuya arquitectura esconde maldad, desvarío, corrupción, enajenación, necedad, delirio. Locura. Locura desorbitada. Locura colectiva. Locura fratricida.
Ahí están enclaustrados el peliverde Joker, el desfigurado Dos Caras, el tenebroso Espantapájaros, el raspadilloso Mr. Freeze, el frivolísimo Pingüino, el indescifrable Sombrerero Loco y el avezado Acertijo.
Todo un racimo de perturbados. Esta institución, la más famosa de Ciudad Gótica, era administrada por el próspero psiquiatra Amadeus Ar-kham, quien le cortó el cuello a su madre ante la impotencia de verla sufrir una enfermedad mental incurable, y luego electrocutó a un asesino en serie. Algo así como nombrar a Mario Poggi como director del Larco Herrera. Se trata de un lugar maldito. Y no existe tratamiento que cure a sus moradores.
Arkham está condenado. Como está condenado el Congreso, ese antro de mediocridad, en el que abundan los Mufarech, los Torres Ccalla, los Valdez, los Saavedra, los González. Solamente un 8% de la ciudadanía aprueba el desempeño de los legisladores, según el último sondeo de Apoyo. ¡Ocho por ciento! O sea, nada. Nadie los soporta. Nadie los tolera. Nadie los quiere. Hay más: los limeños reclaman apenas dos medidas sencillas.
El 95% quisiera que los candidatos al próximo Parlamento presenten una declaración jurada con su curriculum, y el 99% que exhiban sus antecedentes penales. Dos requerimientos puntuales, simples, sin artificios. Pero ni eso han podido introducir como reforma. Los verdugos del voto voluntario quieren reelegirse con las mismas reglas que les mantienen ahí, engordando sus bolsillos y sus vientres, con nuestros impuestos.
Cosas de la vida. Por decirle mediocre y corrupto, el director de Perú21 recibió una moción de censura. Por llamarlo acojudado en el caso Mufarech, el arriba firmante fue vilipendiado por el propio presidente del Congreso.
Y ahora, quién lo diría, el mismísimo Ántero habla con La Primera y de la chistera saca una frase que va dedicada a su institución, la misma que antes defendió con las uñas. Mediocre, le dice. Y sus pares se encabritan, como si les hubiesen mentado la madre. Le reclaman que individualice, le piden que no generalice, le preguntan si se está incluyendo.
Mediocre, admite Garfield. Y añade con dramatismo: “a veces me hastía la incomprensión, las deslealtades y el serrucho”. Además eso. Un antro donde se respira la hipocresía funámbula.
Por supuesto, como en todo, hay excepciones. Pero son minoría ínfima. Apenas llegan a veinte. Y eso. El resto, la gran mayoría, son mantequillas blandas. Insignificantes con poder. Advenedizos arrogantes. Grises con circulina. Encubridores de sí mismos. Incompetentes profesionales. Pigmeos intelectuales. Políticos que no nos merecemos.
Como diría un tal Mencken, “un político bueno es cosa tan impensable como un ladrón honrado”. Qué vaina. Prefiero mil veces a los anormales de Arkham. Por lo menos ésos son entretenidos, y siempre son derrotados por Batman.
Pedro Salinas
patentedecorso@terra.com.pe

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