sábado, septiembre 23, 2006

Retrato Hablado de Luis Delgado Aparicio

Un excelente artículo del Periodista César Hildebrandt
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El señor Luis Delgado Aparicio nos ha hecho un favor. Nos ha recordado el rostro real del fujimorismo, ese tumor que vivió de nuestra sangre por varios años.
El cáncer ha vuelto y tiene el rostro de Delgado Aparicio, la grosería de la señora Cuculiza, la desfachatez de Keiko. Y ha vuelto porque al Perú como que el cáncer le fascina.
Un Perú atlético y rozagante es inimaginable. El Perú sueña con el malestar que le es propio a un país al que tuvieron que liberar extranjeros porque su clase dominante estaba encantada con las pelucas empolvadas y la sífilis borbónica del virreinato.
Un país como el nuestro puede tener a un traidor de presidente y amarlo luego con la debilidad con la que algunos débiles aman sus perversiones.
Nicolás de Piérola, por ejemplo, es uno de los traidores más repulsivos de nuestra historia republicana. Chilenófilo hasta la médula, Piérola fue el instrumento que Chile tuvo para minar al Perú desde adentro.
Hizo dos revoluciones de efectos devastadores para el Perú antes de la guerra de agresión de 1879 y hubiera hecho una tercera si Chile, que estaba preparado para rematarnos, no nos hubiera dado el zarpazo del 5 de abril de aquel año fatídico.¿De dónde partían las expediciones de este miserable? Siempre de Chile. ¿Quiénes lo financiaban? Los chilenos, por supuesto.
Su primera expedición partió en 1874 del puerto de Quinteros, Chile. Produjo una guerra civil que ayudó a desangrar fuerzas y recursos del Perú. Chile se frotó las manos. Mariano Felipe Paz Soldán afirma en su “Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia” que esa aventura pierolista fue especialmente trágica porque parte de los recursos que estaban destinados a la compra de dos blindados se tuvieron que usar para aplacar la revuelta y restablecer el orden.
En 1876, el traidor insaciable volvió a partir de Chile para su segunda aventura en contra de su país. Fue derrotado, al final, en Yacango pero volvió a producir la ruina de las ya críticas arcas públicas.
Fue tan vil este Piérola –que Alan García admira porque los tetelemeques que lo rodean no le han contado esta parte de la historia– que los chilenos no se sonrojaban cuando hacían uso de él a través de su prensa.
Por ejemplo, cuando, ya en 1879, un sector de la prensa chilena pensaba que era mejor agredir a Bolivia, primero, –y esperar unos meses para empezar la guerra con el Perú– salían en esas páginas odiosas editoriales como este:
“El presidente Prado (Mariano Ignacio) sabe a qué peligros expondría no sólo a su gobierno sino a la paz pública en el Perú” (si resuelve acompañar a Bolivia en la respuesta aliada a la invasión de Antofagasta). Y el artículo añadía:
“Piérola, que está en Chile, no ha menester de grandes auxilios para sublevar en su favor a una buena parte de aquella nación”. La cita es de Paz Soldán y proviene de El Mercurio de Valparaíso, ciudad en la que vivía, plácidamente acogido por los enemigos del Perú, don Nicolás de Piérola, nuestro Melgarejo.
Y, sin embargo, la mayor parte de los peruanos se ha dejado engatusar por aquella historia que describe a Piérola como a un gran patricio. García ha prometido parecérsele y, en relación a Chile, en efecto, parece estar cumpliendo su promesa.Fujimori es Piérola en edición rústica, Piérola a lo bestia. Y, sin embargo, un sector del país no puede dejar de necesitarlo.
La explicación más probable, en mi modestia opinión, es que exculpando la miseria moral de Fujimori algunos perdonan la suya propia.
Y ese parece ser el caso del señor Delgado Aparicio, que hoy denuncia un supuesto amorío de connotaciones judiciales. Y lo hace cuando Elianne Karp ya no está en el Perú ni puede defenderse por la única vía adecuada para tanta vileza: la de los tribunales.
Pero de eso se trata el fujimorismo: la cobardía en el tumulto, la insolencia en el poder, la abyección ante la ausencia del adversario, el asesinato cuando se puede, el robo siempre, la vulgaridad cada vez que se abra la boca, la inmundicia como transpiración, la impunidad congresal tras el parapeto de Valle Riestra. Y siempre, siempre, Luis Delgado Aparicio añadiéndole masa a la infamia.
Y haciendo lo que hizo hace un par de noches con el objetivo de competir con la noticia que realmente le preocupaba: la condena a 20 años de su camarada de armas Vladimiro Montesinos, socio de su jefe Fujimori también en el asunto del tráfico de armas hacia las FARC de Colombia.
Los escalofríos se han instalado en la casa santiaguina del tembloroso Fujimori, que sigue siendo el mismo que alguna vez, cuando las papas de un golpe empezaron a quemar, se fue corriendo a buscar asilo a la embajada de su país. El fujimorismo consiste en ser una mierda.
Extraido del Diario Correo

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